por: Alexis Díaz Pimienta
Cuando era niño yo pensaba que las mujeres no morían nunca. Solo por eso, por ser mujeres, por lo que representan. Sin embargo, en plena adolescencia, el primer cuerpo sin vida que vi de cerca fue el de una prima segunda mía, Emelina, la hija de tía Andrea. Y maduré de golpe. Sí, las mujeres fallecen. Y ya adulto me sigue pareciendo un error de diseño de quien hiciera el universo. Es mi parte infantil, supongo. Pero cuando suceden desgracias como la de hoy —cuán desgraciados somos quienes perdemos amigos, y mucho más, amigas—; cuando muere, de golpe, una mujer tan querida, admirada, respetada, la orfandad es terrible, y las ganas de llorar y el llanto mismo te cortan la respiración, te dan asma.
“Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé…”, escribió César Vallejo, el lúcido, y uno va acumulando tantos golpes de estos que ya tampoco sabe. “Golpes como del odio de Dios”, dijo Vallejo, pero esta coda no le sirve a mi Paquita Armas, tan irreverentemente atea, la amiga que me ha roto la mañana del lunes 27 de febrero de 2023. “La eternidad por fin comienza un lunes”, dijo otro poeta, el gran Eliseo Diego; y tenía razón. Aunque Vallejo le responda, estilo controversia: “Murió mi eternidad y estoy velándola”. A lo que Eliseo añade: “y el día siguiente apenas tiene nombre y el otro es el oscuro, al abolido”. Y Vallejo remata, gritándole a Dios: “¡tú no tienes Paquitas que se van!”.