Por Ricardo Ronquillo
La escena es patética y pretende emular, nada menos, que con otra sagrada de la Historia cubana: Yotuel, el joven artista mulato que dice haberse sentido más discriminado en la Cuba revolucionaria que en una antigua metrópoli de su tierra, pretende autoproclamarse el Perucho Figueredo del siglo XXI.
En su triste petulancia confunde una vulgar poltrona donde delira ingenuidades sobre su país con la briosa silla de montar del autor de La Bayamesa.Confunde nada menos que al Bayamo del 20 de octubre 1868, la ciudad delirante y jubilosa en la que el pueblo pide ponerle letra a la música que recogerá para siempre su grito de libertad, con una guarida del odio recalcitrante y carnavalesca.
No ha tenido tiempo de aprender que los pueblos que se deciden por su libertad, como los de la rebelde ciudad oriental, prefieren quemarlo todo antes que entregar su dignidad.
Desconoce la grandeza de la renuncia cuando una causa honrosa lo justifica y lo merece, como aquellos patricios que calcinaron su bienestar por la riqueza mayor de su Patria, por ello pretende despojar al pueblo cubano de su Himno glorioso para ponerlo a corear una guaracha anexionista e indigna.
Tal vez así alcance un merecido pago: que el acompañante del sainete le premie con unos buenos días desde su «Rancho», sin preguntarse siquiera: ¿obtenido cómo?
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