Por: Francisco Sierra Caballero
Dejó escrito Marx que la seguridad es el supremo concepto de la sociedad burguesa, el concepto de la policía, según el cual toda la sociedad existe solamente para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad. Un empeño condenado al fracaso cuando la inseguridad de la existencia del precariado, el empobrecimiento de los sectores populares que ven desintegrarse la Seguridad Social, marca, en nuestro tiempo, todo avatar de la coyuntura política que los medios pretenden, por sistema, ocultar. Ya advertía Simmel, en El secreto y las sociedades secretas, que una de las características de la dialéctica moderna es el mito de la transparencia por la que se impone la ocultación como norma y no como excepción, desplegando técnicas de gubernamentalidad sofisticadas para evitar desviaciones: la indiscreción, las filtraciones o la confesión.
Además del mito del progreso y la libertad, la era moderna de la comunicación se proyecta como relato de la sociedad positiva en esta noción iluminista. El discurso de luz y taquígrafos es la panoplia de la prensa liberal para justificar lo evidente: la opacidad constitutiva del modelo de mediación que oculta el trabajo y la miseria del mundo en el modo de producción capitalista. Por ello preocupa al Foro de Davos y a los adláteres de los paraísos fiscales que se proponga vigilar a los vigilantes. De un tiempo a esta parte, tal aseveración se torna tesis indiscutible para ilustrar la naturaleza de nuestra contemporaneidad. La minería de datos, la vigilancia global del Pentágono y la NSA dan cuenta, como revelara Snowden, de una sistemática política institucional de control biopolítico contra toda resistencia, como antaño la Comisión Trilateral advertía de las amenazas de la migración, el narcotráfico y el crimen organizado para justificar la política de represión contra los movimientos revolucionarios.
Hoy, como ayer analizara Mattelart, el complejo industrial-militar con anuencia de la Casa Blanca y Silicon Valley despliegan esta lógica biopolítica de control que nos amenaza pervirtiendo el futuro de la democracia por el control opaco del algoritmo. Mientras los GAFAM (acrónimo de Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) y las start-up anexas al universo Google obtienen ganancias de más de 20.000 millones de dólares sin retribución a autores, periodistas, analistas, programadores y, en general, el cognitariado que hace posible, con su proletarización, la multiplicación de la riqueza, asiste inconsciente a la era del control y la pantalla total, mientras Google reconoce que escucha nuestras conversaciones privadas y Alexa (Amazon), como la Smart TV de Samsung, realizan a diario la distopía de Orwell.
Criminalizar la disidencia e imponer la muerte civil
El problema es que, aquí la hipótesis Assange, Wikileaks violó la ley de secretos oficiales. La sentencia que de momento impide la extradición a Estados Unidos no aborda la cuestión esencial que nos ocupa: la estrategia de lawfare, la guerra asimétrica, basada en la criminalización de la disidencia, las relaciones públicas y el sometimiento por medio de la muerte civil de las fuerzas antagonistas, actualizando así la estrategia de la ideopolítica y la doctrina de seguridad nacional que arranca con la Guerra de Baja Intensidad (GBI) y la era Reagan en la guerra sucia contra la Nicaragua sandinista y tiene ya un recorrido, merced a la noción y estrategia de golpes blandos, contra Lugo (2012), Dilma (2016), Correa (2017), Kirchner (2018) y Petro (2019). Ello sin mencionar la guerra sucia contra Cuba y Venezuela, o la variante catalana en España y el 135.
Pero esto parece no conveniente decirlo en los medios mainstream, que defienden la libertad de expresión solo donde sus intereses son afectados, proyectando como modelo países como Colombia donde ni es posible el derecho de reunión y manifestación, salvo arriesgando la propia vida. Assange, en fin, es la prueba del algodón que demuestra la limitada concepción liberal del periodismo en nuestros días y Wikileaks, el ejemplo de que el núcleo de poder de nuestro tiempo depende de la capacidad de hackeo del espacio público. Más aun cuando sabemos, desde el fallo de la justicia europea, que Facebook, y en general los GAFAM, no garantizan la protección de los datos personales ni, mucho más allá, la soberanía sobre los territorios en el flujo transatlántico de datos tras la USA Patriot Act.
Desde los atentados de las Torres Gemelas, se viene impulsando una política de control en la que la vigilancia clandestina se ha extendido al tiempo que se privatizan los dispositivos y procesos de organización de la red telemática. Programas informáticos como mSpy, EasySpy, Flexispy o Spyes y los acuerdos de Facebook, Twitter, Microsoft y Whatsapp con la NSA dejan en evidencia un problema de libertades civiles y de soberanía ajeno al escrutinio público. Pues la opacidad es la condición de la doctrina del shock. Como advierte Ignacio Ramonet (El imperio de la vigilancia), en la era Internet, el control del Estado y las corporaciones privadas es extrema, desnudan literalmente nuestro cuerpo, espíritu y prácticas privadas en una suerte de escáner o radiografía compleja del cuerpo social.
Lo que está en juego
Si Julian Assange es eliminado por la CIA y los lacayos del imperio, la ventana abierta por Wikileaks para imponer la lógica de la confianza y la rendición de cuentas de los profesionales del silencio, en la era de la diplomacia Facebook, asistiremos impávidos al reino de la censura previa sin límites. Y a la criminalización de la pobreza, pues no es posible la acumulación por desposesión sin asegurar el control total del proceso de reproducción, así sea con la necropolítica, máxima expresión de la biopolítia contemporánea en la era de la fábrica social, o con la videovigilancia total. Ya Morozov ha demostrado el control férreo de este sistema contra los activistas de izquierda en las redes sociales. Pero algunos, como Yoani Sánchez, a sueldo del capital, al tiempo que considera demócrata a Donald Trump, cargan contra Maduro, Cuba o el gobierno plurinacional de Bolivia y niega la mayor y evidente lógica de captura e interceptación de las redes sociales por Estados Unidos. Cuando está comprobado, en los propios documentos del Pentágono, que la verdadera ciberguerra de nuestro tiempo no es solo un problema de seguridad sino la lucha ideológica por el código para legitimar el proceso de acumulación por desposesión y las instituciones que lo hacen posible. En palabras de Terry Eagleton, si los soviets han desaparecido, siempre nos quedarán los musulmanes, nacionalistas, indígenas o periodistas de investigación. La OTAN precisa conspirar contra todo enemigo potencial o imaginario. Solo así es posible la reproducción del orden y del progreso. El discurso securitario no tiene, en este sentido, otra función que legitimar la aporafobia y el uso ideológico del miedo para la reproducción de los medios de representación del orden reinante como legitimidad en el espacio público. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar, como viene exportando el poder sionista, para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad.
Por ello, de acuerdo con Zizek, Assange representa una nueva práctica de comunismo que democratiza la información. Lo público sólo se salvará por la épica de los héroes de la civilización tecnológica. Y por ello muchos seguimos exigiendo su libertad: en Quito, desde CIESPAL, en Sevilla con su abogada Renata Ávila, en ULEPICC, en CLACSO con la Universidad y donde quiera que el lawfare siga criminalizando la verdad y la justicia social. Somos conscientes de que con la libertad del fundador de Wikileaks nos jugamos el futuro de la democracia y los derechos humanos. Ahí es nada.
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