Patricia Maria Guerra Soriano
Nunca tuvieron dudas de que irían a Pripyat. Y un día de noviembre de 2019 estaban allí, oliendo el vaho de la muerte, los recuerdos y la desolación. Sabían de los riesgos, de la intensidad de la radiación, se lo habían dicho todo, lo habían leído también y finalmente lo habían entendido desde que entraban a Chernóbil, cuando la naturaleza no podía ocultar las secuelas del desastre y cuando el silencio no debió esforzarse para gritarles que aquel lugar todavía duele.
De Kiev a Chernóbil hay cerca de 180 kilómetros, que al término del viaje se van desvistiendo y enseñando el cuerpo raído que maltrata la maleza. A lo lejos de la ruta que los lleva a la zona de exclusión se divisan casas de piedras, son las únicas que permitieron conservarse. Todo lo que pudo enterrarse aún está sepultado.
Sarcófago del IV reactor de la central electronuclear de Chernóbil, noviembre de 2019. Foto: Roberto Chile.
Cuando el cuarto reactor RMBK de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin estalló el 26 de abril de 1986, los nombres de 31 ucranianos fueron registrados como las primeras víctimas mortales de la tragedia. La potencia de la explosión extendió elementos radioactivos por amplias zonas de la entonces Unión Soviética, cuyos territorios se corresponden actualmente con Belarús, Ucrania y Rusia, donde cerca de 8 400 000 personas estuvieron expuestas a la radiación.
Para Maribel Acosta, para Roberto Chile y para los demás colegas cubanos y ucranianos que los acompañaban, estos datos no funcionaron como inhibidores. Como tampoco lo fueron para quienes viven en unos pequeños campamentos ubicados dentro de la maleza. A los primeros los empuja el periodismo, “la vocación que inunda y hace vivir”, a los segundos, la incapacidad de adaptarse a otros sitios, porque los expulsan y vuelven a entrar y te dices cómo es posible y entiendes al darte cuenta de que “nunca cupieron en ninguna parte, porque junto con la explosión, prácticamente al unísono, ocurrió algo más que fue la implosión de un país (la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Todo explotó a la vez y les cambió radicalmente la vida a millones de personas”, dice Maribel después de cuatro meses del periplo y justo a un día de haberse estrenado el documental: “Sacha, un niño de Chernóbyl”.
Equipo de realización de Resumen Latinomericano Cuba. Foto: Cortesía de Roberto Chile.
Sala de control de II reactor de la Planta electronuclear de Chernobil, noviembre de 2019. Foto: Roberto Chile.
El documental, viaje a su semilla
En 2015, la artista peruana Sonia Cunliffe contactó con Maribel Acosta porque tenía dentro una obsesión: contar la historia de unos niños y niñas que había visto en 2011 en la playa de Tarará. La muestra expositiva inaugurada en 2016 en Perú, “Documentos extraviados: niños de Chernóbil en Cuba”, fue el resultado de aquella obsesión inicial por saber y por narrar y fue también-así cree Maribel- “la semilla que parió el documental” que en 39 minutos prueba el apoyo de Cuba a Ucrania al ofrecer atención médica gratuita, entre 1990 y 2011, a más de 26 mil niños y niñas marcados física y genéticamente por el más grave accidente de la energía nuclear en el mundo.
El estreno de la miniserie “Chernobyl” de HBO en 2019 fue el disparador de arranque para que Graciela Ramírez, directora de la corresponsalía cubana Resumen Latinoamericano y coordinadora del Comité Internacional Paz, Justicia y Dignidad a los Pueblos, se planteara constantemente: “¿Cómo hacer para contar esta verdad que no es tan conocida?. La producción creada por Craig Mazin y dirigida por Johan Renck, no reconoció en ninguno de los cinco episodios la importancia que tuvo Cuba en el que tal vez sea el programa humanitario más duradero del mundo y también el más invisibilizado.
Luego de la expo, presentada también en Miami, La Habana, Asunción, Mantua, Maribel había escrito una serie de artículos relacionados con el tema. Un año de investigación inmersa en los archivos de Granma, Juventud Rebelde, conversando con el profesor Julio Medina, quien fuera el director del programa de atención durante la mayor parte del tiempo y entrevistando a médicos, pacientes y familiares, la armaron de una red de fuentes que podría construir la historia en la que Graciela pensaba. Las rutas para contar desde la Isla se comenzaron a dibujar en la oficina de Resumen.
Otros nombres, esfuerzos y complicidades se unieron al proyecto. Y los dolores ajenos también pasaron a ser propios.
Roberto Chile fue uno de esos nombres. Para él la propuesta “se trataba de un viaje a la ternura, a la memoria, a regresar en el tiempo a lo que pudo ser el holocausto tantas veces anunciado, una explosión nuclear que estremeció al mundo, y después, al gesto noble de un país -pequeño geográficamente, pero inmenso en humanidad- que tendió un puente de la sombra y la muerte a la luz y la vida de miles de niños y niñas del otro lado del mundo, que encontraron aquí en el Caribe la sanación”.
Chile durante las filmaciones en Chernóbil. Cuenta que se despertaban de madrugada y se acostaban “cuando más temprano a media noche”, después de largas e intensas jornadas de trabajo. Foto: Cortesía de Roberto Chile.
Las filmaciones iniciaron en Tarará, en octubre de 2019. Durante tres semanas entrevistaron a médicos, enfermeras, traductores, camareros, llegaron también hasta algunas casas de los integrantes del programa. Un mes después viajaron a Ucrania buscando la otra parte de la historia. “Todo se fue armando como hilos prensados”-compara Maribel-para obtener un relato “que si bien no era desconocido, tampoco era relevante para muchas generaciones, pues en la medida que avanzaron los años, la historia fue enterrándose en otro tipo de realidades”. Había que resignificarla, recontextualizarla.
El próximo paso exigía pensar cómo hacerlo. Ahora Maribel explica que tenían dos alternativas: “contar la historia como un documento épico, la hazaña misma de los médicos, Cuba en medio del periodo especial, Fidel continuamente ahí desde que los recibió a las 8 y 46 de la noche del 29 de marzo” o “buscar una historia humana y a partir de ella contar el país, la proeza”.
Se decidieron por el segundo camino, por eso partieron a Ucrania con la premisa de buscar historias, de mostrar las vidas actuales de esos niños atendidos en Cuba que ya son adultos.
Los trámites para el ingreso al país, con la mediación de Resumen Latinoamericano, el Centro de Prensa Internacional, Lilia Pilitay, quien fuera la vicepresidenta del Fondo Internacional de Chernóbil y la embajadora cubana Natacha Díaz Aguilera, se hicieron sin contratiempos.
El noviembre ucraniano-niebla intensa, temperaturas bajo cero y días cortos-complejizaba las filmaciones. Chile cuenta que se despertaban de madrugada y se acostaban “cuando más temprano a media noche”, después de largas e intensas jornadas de trabajo.
Para Chile, el documental se trató de un viaje a la ternura, a la memoria, un regreso en el tiempo a lo que pudo ser el holocausto tantas veces anunciado, una explosión nuclear que estremeció al mundo, y después, al gesto noble de un país -pequeño geográficamente, pero inmenso en humanidad. Foto: Cortesía de Roberto Chile.
A las tres de la tarde ya oscurecía, por lo que debían aprovechar las mañanas para grabar en exteriores: entrevistar a muchas personas, filmar en Chernóbil, seguir a Sacha y a Lida, su madre, en las rutas por Kiev, ir a Chernígov, el pueblo donde nació y filmarlos reencontrándose con su familia.
En todo este proceso, Sacha fue un “traductor extraordinario”, dice Maribel, quien debía hacerle las preguntas en español, él las traducía al ruso y le comentaba las respuestas de los entrevistados, y ella volvía a preguntar sobre lo mismo o no, porque “en televisión, cuando haces una entrevista, sobre todo una entrevista compleja, tienes que preguntar todo lo posible, pues no hay oportunidad de volver atrás”.
Tras diez días de filmación, Chile y el resto del equipo regresaron a Cuba. Maribel fue a vivir con Sacha y Lida, necesitaba diez jornadas más para llenarse de Kiev, para mirar, para recorrer aquella ciudad que le parecía conocidísima por los libros ilustrados que llegaban desde la URSS cuando era una niña.
Ese tiempo también lo aprovechó para caminar hasta la calle Khoryva 1, en el distrito urbano Podil, donde está ubicado el Museo Nacional de Chernóbil. Allí le fueron donados algunos archivos fílmicos como las imágenes de Pripyat y de la explosión en Chernóbil, las que fueron incluidas en el documental.
“Sacha, tú puedes”
Roberto Chile vio como los niños y sus madres bajaban de un Il-62 de Cubana de Aviación, el 29 de marzo de 1990. Fue uno de los pocos que pudo captar con la cámara aquel momento.
Esos aviones venían cargados de historias, como la de Dimitri, un niño de Pripyat que perdió a su padre, liquidador en Chernóbil y vino a atenderse a Cuba; como la de Mama Tolia y Papa Tolia, unidos en la Isla por la muerte de sus hijos y como la de Elena que restablecida de una operación de la columna, intentó suicidarse.
En uno de esos viajes llegaron a Cuba, Sacha y su madre Lida, los protagonistas de la historia que funcionó como centro del documental.
-Esta era una historia redonda desde el punto de vista dramático, comenta Maribel.
Y es cierto, ese relato de vida representa la historia misma: “porque Sacha fue el niño que vino aquí enfermo de cáncer, muy grave, un transcurrir duro, un año entero hospitalizado, vino con una madre heroica, que aprendió hablar español en el año con él en el hospital, que dio clases de Física en Tarará, que se integró a Cuba como una más. Ambos siguen viviendo en La Habana”.
Durante las filmaciones a Sacha. “Todo se fue armando como hilos prensados”-compara Maribel-para obtener un relato “que si bien no era desconocido, tampoco era relevante para muchas generaciones, pues en la medida que avanzaron los años, la historia fue enterrándose en otro tipo de realidades”. Foto: Roberto Chile.
Una de las fortalezas de la narración está en Lida, quien representa a todas las madres que acompañaron a sus hijos. Maribel no lo deja de mencionar: “En la inmensa mayoría fueron mujeres solas, que apoyaron a sus hijos, que enfrentaron la adversidad, unidas en redes” que permanecen hasta hoy y “Lida fue una de ellas, una pieza extraordinaria en la salvación de Sacha”. Cuando Sacha quería aprender a nadar en Tarará, Lida le decía “tú puedes”, cuando entró al preuniversitario…“tú puedes”, cuando comenzó a estudiar estomatología en la Universidad, cuando terminó y formó una familia…”tú puedes”. Y ambos han podido.
Al final de la ruta hay un Cristo
El Cristo del boulevard. Foto: Roberto Chile.
La periodista ucraniana Olena Pantsiuk, oriunda de Pripyat, acompañaba al equipo de realización de Resumen por la ruta Chernóbil. Después de pasar por el punto de control de bienvenida, les cayó encima una pesadumbre contagiosa, la tristeza de llegar a la Central y ver todos los reactores y sentir la desesperación de aquellas personas que en la madrugada del día 26 no entendieron y no pudieron controlar las inmensas máquinas.
Vieron también la estructura de acero del monumental sarcófago instalado en 2016 sobre el cuarto reactor y llegaron hasta las salas de controles, las tres primeras conservadas; la cuarta maltratada por el fuego y la depredación.
Al final de la tarde y de aquel recorrido, estaban en Pripryat. Después de ver el abandonado parque infantil con su carrusel y la herrumbre, de pasar por el hotel Polissya, uno de los más altos, de ver la librería y la oficina del antiguo komsomol o juventud comunista de la ciudad, Olena les habló del bulevar, la calle peatonal tejida por la maleza en la que todavía quedaba el monumento de un Cristo, al que los visitantes le ponían ofrendas, quizás pidiéndole por la paz de los muertos y vivos que ya no están.
Foto: Roberto Chile.
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