por:Flor de Paz
Numerosas notas publicadas en días recientes han trazado —a manera de recordatorio curricular— los aportes icónicos de la obra de uno de los científicos más relevantes que ha tenido Cuba, y que falleciera hace pocas jornadas tras padecer Covid-19. Y es casi seguro que hasta el lector más ajeno al terreno de los estudios científicos haya podido interpretar que tras esa relatoría de resultados en la que abundan vocablos técnicos, hubo un investigador incansable signado por la autoría de la conocida vacuna cubana contra la meningitis, la VA-MENGOC-BC.
Dos amigos de Gustavo Sierra hablan, sin embargo, del ser humano que habitó en este hombre de gran altura intelectual y humana. Le evocan el Doctor en Ciencias (Cs) Raúl Herrera y la Máster en Microbiología, Eloísa Le Riverend, quienes mantuvieron con él una estrecha relación que trascendió hasta el final de su vida.
Gustavo Sierra nació en una familia de campesinos, en el municipio de San Juan y Martínez, en la provincia Pinar del Río, dice el Dr. Herrera al considerar el valor del origen humilde de su amigo.
“Inició la escuela primaria con algunos años de retraso, pero su gran capacidad intelectual innata le permitió avanzar rápidamente y vencer múltiples grados escolares en un tiempo relativamente corto. A partir de ahí comenzó a desarrollar toda su intelectualidad. Esa familia —tanto el padre como la madre— estaba dotada de gran bondad y sensibilidad, que le trasmitieron a Gustavo genética y culturalmente”.
El vínculo entre Raúl y Gustavo comenzó a finales de la década de los 70, en la entonces República Democrática Alemana. Ambos cursaban allí lo que en aquel momento se denominaba la candidatura al Doctorado en Ciencias. La relación de amistad nacida entre ellos se fue intensificando cada vez más a lo largo de la vida, y se enriqueció cada día por la coincidencia entre sus apreciaciones.
Raúl Herrera.
Al recordar aquella etapa en la RDA, Herrera explica que desde entonces resaltaba en Gustavo su extrema sencillez, austeridad, modestia y lucidez intelectual. “Ya podía verse en esa época que no tan solo era un brillante científico, además era un dirigente político con una formación ideológica muy profunda, tanto en el plano teórico del marxismo como en su aplicación práctica y en la conducta diaria de su vida y de su relación con sus semejantes.
“A pesar de que estaba sometido a un régimen de estudio y de trabajo muy intenso con la realización de su candidatura —para la cual tenía un tiempo límite—, fue el secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia alemana de Rostock, donde desplegó un precioso e intenso trabajo político”.
Cuenta Herrera que en aquel momento habían llegado a dicho territorio un grupo de obreros-estudiantes cubanos, igual que arribaron a diferentes países de la Europa socialista. “Fue un advenimiento relativamente masivo de jóvenes con una formación intelectual diferente al grupo de alrededor de 30 cubanos que estaban estudiando carreras allí o cursando estudios superiores de doctorado”.
Aquel grupo de jóvenes —añade Herrera—, que se encontraba desplegado en diferentes puntos de la provincia, llegaba a una sociedad diferente a la nuestra y el impacto de los contrastes existentes entre una y otra hizo necesario muchas veces encausar sus patrones conductuales.
“Fue entonces que, desde la dirección del Partido, Gustavo jugó un papel trascendental, de refuerzo de la ideología de aquellos muchachos y para garantizar la formación y la eficacia de sus aprendizajes.
“Incluso, él no podía dejar de asistir durante el día a la universidad donde estaba haciendo su doctorado y para poder cumplir con esa misión política viajaba en tren durante las noches y las madrugadas. Así visitaba los diferentes lugares donde estaban los jóvenes trabajadores cubanos”.
Una vez en Cuba, coincidir con Gustavo Sierra fuera de su ámbito laboral fue siempre extremadamente difícil, hasta el punto de que Herrera y su esposa —quien fuera compañera de estudios de Gustavo durante la carrera de Medicina, en el mismo año, y también en la dirección de la Juventud— lo iban a visitar en la década de los ’80 al pequeño laboratorio donde estaba desarrollando la vacuna antimeningocócica junto con la Dra. Concepción Campa, que no fue Instituto Finlay hasta 1991, después de certificado el medicamento.
—Él trabajaba 28 horas al día, todos los días de la semana. Cuando íbamos a verlo, hacía un alto y conversábamos.
Más tarde, Gustavo y Raúl compartieron varios años como miembros de la Academia de Ciencias de Cuba, de la cual él fue posteriormente Académico de Mérito. “Sus intervenciones mostraron siempre una notable clarividencia en la apreciación de los problemas científicos, su relación con la sociedad de nuestro país y la forma de perfeccionar el trabajo científico”.
Una valoración general de la obra de Gustavo Sierra, en opinión del Dr. Raúl Herrera, especialista de Segundo Grado en Nefrología, implica el reconocimiento de que su trabajo en el desarrollo de las vacunas en general, pero muy particular en la VA-MENGOC-BC, fue un punto descollante en su carrera.
Lochy Le Riverand.
Al respecto, Eloísa Le Riverend (Lochy), miembro del grupo de autores de la vacuna antimeningocócica, y quien compartió largas jornadas de trabajo con Gustavo Sierra en aquel laboratorio durante la etapa de desarrollo del medicamento, etapa en que surge la amistad entre ellos, aclara que la VA-MENGOC-BC fue la primera en el mundo eficaz contra la meningitis B y que esta no fue una asimilación tecnológica de un producto ya existente. Para su obtención y producción —recuerda— fue necesario trabajar con grandes volúmenes del microorganismo sin que existiera un antídoto contra él, que no fueran las medidas de bioseguridad.
El Dr. Herrera añade que, además de la de Cuba, una gran epidemia de la enfermedad azotó a diferentes naciones durante aquellos años. Una de esas fue Brasil y la vacuna llegó a Brasil, permitió salvar a miles y miles de niños y, secundariamente, significó un aporte económico para nuestro país en ese momento.
“Por tanto, la especialización de Gustavo en el trabajo alrededor de las vacunas fue extremadamente importante, pero no olvidemos que también estuvo en el grupo que desarrolló el interferón en Cuba. Y que, en particular, para llegar a la obtención de la vacuna antimenincócica, fue capaz de superar disímiles escollos. Y todo ello me hace pensar que, posiblemente, Gustavo sea una de las personas que con más humildad ha transcurrido por la vida”.
Al mismo tiempo, Lochy evoca diferentes momentos que, en su sentir, caracterizan la capacidad creativa del científico. “Mientras se ponía a punto la vacuna, se obtenía la licencia para su producción y administración y se establecía su fabricación masiva, él desarrolló una gamma hiperinmune antimeningocócica B a partir de los anticuerpos protectores que se generaron en los vacunados cubanos adultos, con la que se salvaron muchísimos niños”.
Si de resumir la obra de Gustavo se trata, Lochy señala que participó de una forma determinante en el diseño de la vacuna antimeningocócica B, pero además en la solución tecnológica e innovadora de determinados recursos, tanto materiales como reactivos, requeridos para culminar la obtención de la vacuna en un contexto económico muy difícil que tenía Cuba en aquellos momentos.
“No fue un científico que se sentó en un buró e hizo un diseño técnico, fue un arquitecto que además trabajó como albañil. Hizo el plano, pero además ejecutó la obra con sus manos.
“Como relata Raúl, Gustavo prácticamente vivía en el Laboratorio, entre un colectivo que se llegó a forjar como una gran familia a través de los largos días y noches de trabajo que compartimos. Y él, como siempre —tan franco, ético, honesto, modesto, humilde, cariñoso, fiel a sus convicciones y decisiones, nunca creyó que se merecía nada especial”.
Asimismo, el Dr. Herrera recuerda que en la etapa de desarrollo de esa vacuna Gustavo no tenía a su familia en La Habana, sino en Villa Clara, y que no podía visitarla con frecuencia. “Iba algunos fines de semana, salía de madrugada y regresaba de madrugada. Solo estaba en su casa un día.
“Una de esas veces casi pierde la vida en un accidente de tránsito que tuvo en la carretera, durante uno de sus regresos nocturnos. Son detalles que hablan de la dedicación y la entrega incondicional de una persona a una idea, a la realización de una idea en favor de su pueblo. Viajaba por la madrugada para no desaprovechar el tiempo de trabajo. Como había hecho en Alemania”.
Ambos amigos coinciden en que Gustavo Sierra era una persona muy ecuánime, con un increíble equilibrio emocional. “Eso le permitía que no se nublase su inteligencia superior y que pudiese discurrir en soluciones y en aspectos capaces de resolver los problemas”, reafirma el Dr. Herrera.
“También tenía una gran capacidad para escuchar a otras personas, fuese quien fuese el que estaba hablando con él. No rebatió nunca con una frase indispuesta o enérgica. Basaba sus respuestas en elementos sólidos de los cuales él disponía, porque no solo fue un científico eminente sino también un revolucionario y un político con una consistente formación marxista”. (Publicada en Cuba en Resumen).
Imagen de portada: Dary Steyners. Foto original: Liborio Noval.
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