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martes, 20 de septiembre de 2022

Con el bloqueo hay que contar

por;Luis Toledo Sander   
De la escenificación de Barack Obama —en el tramo final de su segundo mandato, no antes— con respecto a Cuba, se ha dicho que representa lo mejor o menos malo que este país puede esperar de los Estados Unidos. Cabrían matices, pero quizás lo más sobresaliente radique en las ilusiones que bulleron en torno a la escenificación, y que pueden explicarlas el propio monstruoso y prolongado bloqueo, y el derecho del pueblo cubano a verse libre de esa maquinaria criminal, que intenta asfixiarlo.

Si Obama ganó prestigio de encantador de serpientes, no habría que asombrarse de que también hipnotizara palomas. Lo que no habrá mucho derecho a decir es que se esmeró en engañar a la opinión pública cubana. Con desfachatez declaró que el bloqueo no había logrado su propósito: o sea, tenía a Cuba al borde de estrangularla, pero ella seguía viva. Lo único que el verdugo no había conseguido era asfixiarla por completo, y para eso necesitaba aparentar que tomaría otro camino. También reconoció que el bloqueo estaba aislando a los Estados Unidos.

En otras palabras, le había causado mucho daño a Cuba, a la cual se le impuso hace más de sesenta años, pero no todo el daño buscado, y perjudicaba, de paso, a la potencia que lo había instituido. Eso era ya otra cosa, a la que se le debía poner freno, sobre todo en la América Latina y el Caribe, donde urgía edulcorar la imagen del imperio.

La celada sería anunciar pasos para levantar el bloqueo, que no es lo mismo ni igual que ponerle fin. Eran pasos muy incompletos, pero rimbombantes en la propaganda imperial y en los ecos que ella tuvo, y el país bloqueador buscaría solapar las razones que hacían de su víctima un referente para los pueblos y los gobiernos que lo desafiaran.

Todo eso ocurría cuando el progresismo en nuestra América emprendía un apogeo que anunciaba una relevante unión de pueblos. Hacía recordar la que Simón Bolívar intentó como líder de la independencia a inicios del siglo XIX, y la que José Martí se consagró a cultivar a finales de esa centuria como pensador y organizador revolucionario forjado en el estudio del naciente imperialismo, y en un afán de lucha de liberación nacional con que no solo se trazó independizar a Cuba de España, sino también —o sobre todo— contener la expansión de los Estados Unidos.

El astuto Obama sabría que Cuba no renunciaría a su proyecto revolucionario, pero también contaría con que la circunstancia de nación asediada le creaba necesidades apremiantes y la hacía abrazar la esperanza de que el bloqueo desapareciera. Sin excluir chistes cuya trasmisión televisual corrió por el país bloqueado, Obama cosechó con su guion logros como un Gran Teatro para ofrecer su magia, y una conferencia de prensa en que lucirse como exitoso gladiador juvenil. Después vendrían para él otros sainetes.

Las negociaciones políticas incluyen intercambios, y en Cuba el césar alcanzó parte al menos de sus propósitos (aunque no se libró de la agudeza de Fidel Castro en “El hermano Obama”). Y tras su breve estancia en La Habana tardó apenas el tiempo de un vuelo a Buenos Aires para dar otros pasos. En la entonces capital macrista reforzó la sustitución de la hostilidad más visible contra Cuba por el incremento de la ya iniciada guerra contra la Venezuela bolivariana, que él había declarado peligro inminente para la seguridad de los Estados Unidos.

De cualquier grado que fuese, tal guerra agravaría la situación de Cuba, por su importante alianza política y comercial con Venezuela. Y pese a lo que algunas voces se apresuraron a sostener sabiamente, con su planeada escenificación para Cuba no hizo Obama nada bueno que fuera irreversible. Poco después de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump derrumbó el castillo de arena montado por su predecesor, y hasta hubo presagios de peligro para la continuidad de las respectivas embajadas.

De hecho, la cubana sufrió un ataque terrorista que violó todas las leyes y no ha sido juzgado. Y desde la Casa Blanca se lanzó o arreció una falacia que había asomado en tiempos de Obama y acusaba a Cuba de perpetrar “ataques sónicos” contra diplomáticos estadounidenses en La Habana. Toda una farsa cómica, de no ser otra perversidad de la propaganda yanqui, que la difundió por el mundo y con esa patraña y otras “justificaría” el reingreso de Cuba en la lista de estados patrocinadores de terrorismo.

El comportamiento de Trump, nada ajeno a la decadencia yanqui, capitalizó la mengua del progresismo que poco antes había animado a nuestra América, y contra el cual puso el imperio todos sus recursos. Además de arrasar lo anunciado por Obama para Cuba, Trump elevó el bloqueo a grados de aberración sin precedentes, y siguió haciéndolo en medio de una pandemia letal en la que vio un apoyo para aniquilar a Cuba.

Luego intentó pertinazmente, hasta por caminos delincuenciales y sediciosos, impedir que a la Casa Blanca llegara su sucesor electo, Joseph Biden, que despertó ilusiones. Las mentiras de este las abonó la creencia de que las rivalidades partidistas lo inclinarían a revertir las medidas anticubanas de Trump, como este había hecho con los pasos de Obama, a quien él, Biden, había acompañado como vicepresidente.

Tales cálculos obviaron “pequeños detalles”: la identidad esencial entre republicanos y demócratas, y que al imperio lo gobierna el gran capital, con campamento en Wall Street y predominio del complejo bélico-militar. Los ilusos toparan con que Biden no solo mantuvo en su primer año de mandato las cerca de doscientas cincuenta medidas con que Trump intensificó el bloqueo, sino las ha prolongado ya por un año más.

Cuando ese año finalice, los estragos causados a Cuba se habrán agravado, salvo que un milagro lo impida. Cabría pensar en la decadencia por la que atraviesa el imperio, y en lo que se presenta como retorno del progresismo a nuestra América. Pero, aunque el imperio está en decadencia, lo mucho que ha saqueado le da reservas para quién sabe cuánto tiempo, y su declive lo hará aún más peligroso según aumente su desesperación.

En semejante panorama son estimulantes los gestos de dignidad que hacen cada día más admirable al presidente de México, aunque tal vez no representen la orientación dominante en su gobierno. Sobre el actual progresismo del área, sin pretender un análisis exhaustivo, vale decir que la Bolivia del MAS ha logrado retomar su rumbo luego de la asonada que los Estados Unidos apoyaron, y que la Cuba de afán socialista, la Venezuela bolivariana y la Nicaragua sandinista mantienen el suyo.

Eso explica que sean en la región los blancos de la mayor saña del imperio: hasta indicios circulan de que procura mostrarlas como aliadas de Rusia en el conflicto con Ucrania. Así fabrica pretextos para las “nuevas” acciones que podría emprender contra ellas. Además, apoyada por oligarquías vernáculas, la maquinaria imperialista —con calumnias propaladas por cínicos medios poderosos, y a menudo con amañados procesos judiciales— resta peso a la pujanza progresista en el continente.

Sin descartar debilidades propias, se aprecian las limitaciones provocadas a los gobiernos de Perú y de Chile, y los rejuegos urdidos contra el de Argentina. En Colombia las fuerzas reaccionarias y asociadas al crimen siguen en acción. Hasta se anuncia que el congreso procurará revocar a Gustavo Petro y Francia Márquez, asociados hoy a las mayores esperanzas de cambio en nuestra América.

En Brasil se prevé que Lula gane las elecciones. Pero habría que ver hasta dónde podría timonear en la presidencia. Aparte de la defenestración “legal” de su afín Dilma Rousseff, ha sufrido el desgaste a que lo sometió el actual gobierno, que lo encarceló sin pruebas para condenarlo, y que dejará al país todavía más lacerado y confundido. Quién sabe qué más podrá hacer todavía una administración de catadura golpista y fascista.

No es necesario especular sobre los resultados probables de las elecciones de 2024 en los Estados Unidos. Pero, mientras llegan, no habría que sorprenderse si al actual año de prórroga de las medidas de Trump contra Cuba le siguiera otro más bajo la presidencia de Biden. Y no es difícil prever cómo llegaría Cuba a ese punto del camino.

Que su situación interna sea distorsionada por el imperio —que azuza y magnifica las naturales insatisfacciones del pueblo—, no niega lo que la voraz potencia puede estar calculando: que el deterioro de dicha situación, fruto muy principalmente del bloqueo, está dando los resultados buscados con ese garrote vil, y que no ha llegado la hora de aflojar la soga, sino de apretarla aún más. Así viene ocurriendo —recordémoslo— en medio de una pandemia que no ha terminado.

Las ideas aquí expuestas no buscan fomentar un pesimismo que siempre y más a estas alturas sería suicida, pero podría hasta explicarse. Parten, sí, de la convicción de que, si aún hay quienes pudieran no haberlo visto claramente, no se debe ya tener la menor duda de que hay que contar con el bloqueo y, si este se levantara, con los efectos que dejaría tras él. De tan cerrada que ha sido cada día más su trama, llevaría tiempo destejer sus secuelas, y frente a ellas tendría Cuba que seguir moviéndose —como hace hoy— con una infraestructura, una economía y una población severamente magulladas.

Semejante realidad no permite ilusiones, pero sí una certidumbre: Cuba no debe esperar ninguna actitud benévola del gobierno de los Estados Unidos. Solo persistiendo en la tenacidad que la ha caracterizado, y perfeccionando o alcanzando con sabiduría el funcionamiento de principios y eficiencia que necesita, podrá sobrevivir a las brutales embestidas imperialistas y cumplir el magno deber de desarrollarse para que su pueblo tenga, ¡al fin!, la vida cotidiana que merece.

En cuanto al gobierno agresor, conociendo las coincidencias —crecientes, nada nuevas— entre “republicanos” y “demócratas”, no habría por qué asombrarse si en las próximas elecciones se alzara victorioso Trump. Se ha montado contra él, que se la ha buscado, una pesquisa policial en la que algunos ven otro Watergate; pero hoy por hoy es el líder más orgánicamente representativo de aquel país y su sistema.

Coda: Sería bueno que la población cubana supiera —¿lo impedirá el propio bloqueo?— por qué caminos llegan al mercado estatal del país productos made in Usa.
Tagged América Latina, Barack Obama, Bloqueo, Cuba, Estados Unidos   
Luis Toledo Sande

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