por; Bismark Claro Brito
En las inmediaciones de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (FCOM), 64 estudiantes de duodécimo grado y un sueño en común: ser periodista. A un lado del propósito, la vocación se manifiesta por encima de algunos uniformes (casi todos azules, como FCOM).
Quizás, son pocos los aspirantes en comparación con años anteriores. Aunque cada edición de los exámenes ha tenido sello propio, la ocasión es bien particular. Con estos candidatos, se complementa la matrícula de la carrera, en parte asegurada por los estudiantes del Colegio Universitario de la Universidad de La Habana.
Además, otro rasgo trascendental del proceso es que “será la última vez que se realizarán las pruebas de aptitud a estudiantes de 12º grado”, comenta la Doctora en Ciencias Dagmar Herrera, jefa del Departamento de Periodismo de FCOM, en entrevista concedida a Nexos Multimedia. De ahí que a partir del próximo curso, la única vía de ingreso a dicha especialidad será a través del Colegio Universitario. De hecho, “quienes están hoy en 11º grado deberán presentarse, en fecha aún por definir, a una convocatoria para ingresar a dicho colegio”.
Tanto para la profe Dagmar (por primera vez asume el evento con las responsabilidades que desempeña desde hace algunos meses) como para cada uno de los 64 aspirantes, esta jornada suele ser especial. Hay preguntas difíciles para algunos, otras más fáciles; hay de las que no se estudiaron porque “no iban a salir”, de las que olvidaron sus respuestas. Hay también de esas que despiertan la duda, el “no sé si aprobé”.
Acumular saberes no es cuestión de días o meses, va más a allá de un repaso o de un simple ejercicio de memorización. Alcanzar una cultura general precisa de toda una vida –o parte de ella– al tanto del quehacer intelectual de la humanidad. Se trata de una exploración constante de los datos recopilados a través de los siglos en las diferentes ramas del conocimiento.
La lectura puede ser una vía de acceso a la información; estar al tanto de lo que publican los medios de comunicación: prensa escrita, radio, televisión y los cada vez más numerosos sitios digitales, asegura otra parte del camino. He ahí la clave para la primera fase de los exámenes. Ese cuestionario que mezcla, al modo de La neurona intranquila, a jefes de Estado, deportistas, creadores, investigadores y otras personalidades relevantes, con sitios y hechos históricos.
En cada respuesta va un miligramo de nervios o miedo, es difícil distinguir a esa hora, pero cuando se está al frente del papel con espacios en blanco “uno va a comerse el mundo”, como me dijera una de las jóvenes con ansias de cultivar “el mejor oficio del mundo”, para seguir a tono con el planeta que nos acoge y con García Márquez.
Alguien dirá que “no la esperaba ni más fácil ni más difícil”, que hubo cosas que no se sabía, pero “espero haber aprobado”; otros dirán que fue un primer ejercicio ameno, con deseos de demostrar sus habilidades en el “segundo asalto”, el de redacción-interpretación. Y algunos más hablarán de los incisos que más les costaron, “los chícaros” (para decirlo más claro); de los chiripazos, el azar a última hora.
Hay quienes tienen un contacto más próximo a la profesión y se arriesgan a ser entrevistados por estudiantes de la carrera que ellos desean estudiar. Y les hablan de lo que consideran las funciones de la prensa, los retos del periodismo y los representantes del gremio. Incluso, se atreven a mencionar los nombres de sus referentes. También hacen saber sus motivaciones para llegar este viernes, 16 de septiembre de 2022, a un sitio a fin de probar sus conocimientos y, por qué no, un poco de suerte; para soñar o hacer de ese sueño una realidad.
¿Qué no le puede faltar a un periodista? Esa es la pregunta que responden con mayor seguridad, como si ya conocieran lo que es enfrentarse a las rutinas productivas de un medio, como si estuvieran al tanto de los derroteros del gremio a nivel internacional. Tienen claras algunas cualidades o habilidades básicas, hablan hasta del “don de la comunicación”. Tampoco dejan a un lado la responsabilidad social de toda figura pública.
En medio del diálogo, las personas entrevistadas no paran de mirar sus relojes. Mientras el claustro de profesores califica los exámenes de cultura general, parece que las manecillas no avanzan. Ya quieren conocer los resultados y continuar hacia la meta. Todos quieren subir ese escalón y acercarse un poco más a la tarjeta de entrada.
Cada uno de los 64 aspirantes tiene un papelito en la mano, cada uno está identificado con un número. Recuerdo que el mío fue el 310 hace par de años. Todos quieren escuchar, en la voz de Dagmar, el sonido que remite a la cifra que los marcará por siempre. Sale la profe y solo menciona 23 de ellos.
Esos son los elegidos para efectuar el segundo ejercicio. En este punto las respuestas adquieren un carácter más individual. La subjetividad hace de las suyas, pues cada ser humano no piensa, ni escribe de la misma manera. Detrás de cada texto, subyace un estilo, un modo de expresión único. Sin embargo, solo aprueban 17 redactores.
Antes de regresar a casa, unos cuantos se fijarán en las letras de la máquina de escribir que se ve en la entrada del edificio. Una parte de esos 17 se aprenderán de memoria la disposición de esas mismas letras y de los pasillos y las aulas de FCOM durante los próximos cuatro años. Sí, es cierto que estas pruebas de aptitud no han sido tan masivas como las de otras convocatorias, pero conservan la emoción de quienes van en busca de un destino profesional para toda la vida.
Fotos: Ernesto Arturovich
Bismark Claro Brito
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