por;Reinaldo Cedeño
Ahora puedo. Ahora puedo evocar. Treinta años después, puedo. Entonces, cuando la jaba pendía de mi hombro, cuando rezaba para que no quedara un cucurucho, ni uno solo; cuando desandaba por Santiago, con sus cuatro soles… no había letras que escribir ni crónicas que contar.
Me iba a buscar el maní a Velasco, al ex granero de Cuba, Oriente adentro. A la tierra, a por la Arachis hypogaea, a por el cacahuete. Apretaba los granos al regreso, en aquel tren destartalado, como quien aprieta la esperanza.
Me costó que no se me quemaran, lograr el punto exacto de sal. Todo tiene su ciencia. Cuando aprendí a esparcirlos por el caldero de manera uniforme; cuando usé con soltura la rústica paleta, mis asesores esbozaron una sonrisa. De día y de noche, a la luz del sol, a la luz del candil, tostaba maní.
¿El papel? Ningún problema. Una dulce venganza me embriagaba al entrar en la biblioteca. Los primeros en caer fueron unos manuales ortopédicos de filosofía, los que Che había descrito alguna vez como “ladrillos que tienen el inconveniente de no dejar pensar”. Al menos así, se ennoblecerían. Después tocó el turno a otros, que escogía con los ojos cerrados.
Giraba los dedos a nivel de experto. Veía nacer el cucurucho, el cono diminuto. Y a contar luego: diez, doce, acaso quince granos… ¿Cuántos eran, Adalberto? La competencia era fuerte, pero algo más fuerte me empujaba. Era 1993. Santiago de Cuba tampoco creía en lágrimas.
Empecé con un tono apagado, imperceptible; pero pronto me recuperé. Era un tenor por las calles santiagueras:
―Maní, maní…
Si Rita Montaner me hubiera visto
El profesor
Nunca me detenía en una esquina, me gustaba caminar. Era mi manera de descubrir, era mi particular exorcismo. Se abrió una ventana, una de tantas que respondían a mi pregón. Asomó una mano con un peso, y ya me disponía a extender el correspondiente cucurucho, cuando detrás de la mano… asomó mi profesor de Periodismo. El que más admiraba.
El mundo dio una vuelta de campana.
El alumno se le había vuelto manisero. No es que fuera deshonesto, deshonroso; mas todas sus enseñanzas, sus sutilezas de redacción, sus clímax, todo… había quedado en el papel impreso que ahora envolvía el oloroso grano.
De pronto se cambiaron los papeles. El profe pregonó mi nombre, como si intentara despejar la niebla, sofocar el asfalto, partir el día.
Espera ―me dijo―, espera. Y de pronto me sentí solo en el aula, presto a una reprimenda.
Cuando asomó a la ventana, traía un billete de veinte pesos.
Nunca le he preguntado. Nunca, si en verdad le gustaba tanto el maní.
Lecciones
Venga la confesión: a mí no, no me gusta… pero buscar, tostar, envasar, pregonar, vender maní, me enseñó algo para toda la vida. No puedes detenerte ante el mero hecho de algo que no te guste. A veces no lo has comprendido todavía. Y eso que no te gusta, puede salvarte.
Tantas veces he tenido que tragarme lo que no me gusta, tantas veces he tenido incluso que pregonarlo.
No solo vendía maní. Vendí todo lo que pude arrancarle a mi patio. Y así iba, con la carga a cuestas ―justo cerca de Radio Siboney, donde ahora trabajo― cuando una señora ya entrada en años me llamó. Traspasar una verja puede ser arriesgado.
Fue amable la señora, muy amable. Compró un poco de todo y me pidió sentarme un rato, detenerme un instante. Unas palabras más en pago a su generosidad, me pareció obligado. Y entonces vi sus ojos detenerse en mí, con fijeza:
―Tú eres muy jovencito… ¿por qué no estudias, mijito?…
Y yo que andaba reconstruyéndome, reinventándome, palidecí. Perdí fuerzas. Me vi afirmando, moviendo la cabeza. Se conmovieron mis cinco años de estudios universitarios, mis madrugadas para llegar temprano, mis dos años en el periódico Venceremos…
A veces bastan unas palabras ―unas pocas, incluso con las mejores intenciones― para hacerte desandar lo andado, para hacerte temblar. Uno lo aprende por el camino: sin conocer las historias personales, es mejor callar. El silencio es el mejor comentario.
Coda
Todos los días, rumbo a la emisora, paso por aquella calle, por aquella casa. De una extraña manera, el maní se ha vuelto literario. Aquellos libros que rasgué para la sobrevida, volvieron a mí en otros libros. Aquellas páginas resultaron indómitas.
A veces he comprado maní. No me gusta, ya lo dije; pero quien sabe que historias habrá detrás de la mano que tiende el modesto cucurucho.
Reinaldo Cedeño
Periodista, poeta y promotor cultural. Ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Premio Latinoamericano de Crónicas (Portal Nodal Cultura, 2016). Creador del Concurso Caridad Pineda in Memoriam de Promoción de la Lectura. Entre sus libros: El hueso en el papel (Editorial Oriente, 2011), A capa y espada, la aventura de la pantalla (Fundación Caguayo-Editorial Oriente, 2011), Poemas del lente (Hermanos Loynaz, 2013) y La noche más larga. Memorias del huracán Sandy (compilación, Ediciones Santiago, 2014 y 2015). Actualmente es redactor-reportero de la emisora Radio Siboney, miembro del Consejo Nacional de la UNEAC y vicepresidente del Comité Provincial en Santiago de Cuba. (Santiago de Cuba, 1968)
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