Mi jefe en el periódico Granma me guardó por dos años las llaves de la gaveta pequeña del buró, todo lo que tenía en la computadora, el archivo repleto de papeles y hasta mucho después todavía mi silla de trabajo tenía mi nombre. Se resistía a pensar que no volvería al diarismo y que el aula universitaria me atraparía irremediablemente después de los 50.
Pero por más que pasen los años, el periódico Granma en el que trabajé por casi 20 años está en mi memoria afectiva y las estancias del alma. Es Granma y su gente, es Granma y lo que significaba entonces ser de Granma. Es Granma y llegar un equipazo a cubrir un evento “sonado” al Palacio de las Convenciones, capitaneados por Susana Lee y Roger Ricardo y saber que nuestras “actas capitulares” las consultaría al día siguiente el resto de la prensa.
Es ese Granma de un colectivo de periodistas estrellas. De fotógrafos estrellas. De correctores estrellas. De personal de apoyo estrella. De un archivo estrella –como no he encontrado en ninguna otra parte-, donde se podía descubrir y te entregaban sin ningún trámite burocrático, el más mínimo dato. Quiero hacer una reverencia a ese Archivo que conocí porque a mis amigas de allí debo muchos de mis trabajos.
Y era ese Granma que a ningún antiguo trabajador se le hizo un pase para ir solo a este u otro piso. Aquel Granma familia en que casi todo el mundo tenía un pariente trabajando. El que se inventaba una fiesta por cualquier motivo y la gente bailaba en la Redacción o donde fuera, porque a decir verdad, los encuentros en los círculos sociales hicieron historia.
Ese Granma de guardias hasta la madrugada, de ciclones y acuartelamientos, de mandar al diablo todo cuando te cortaban una información y la dejaban chueca, de cambios en los títulos para peor y menos sugerentes, de medio pan en almuerzo y medio en comida en los días terribles de los 90, el que vimos achicarse de página “sábana” a página tabloide, al de ocho a cuatro páginas, el de papel blanco y papel mulata, el de tipografía chiquitica y grande, el de las movilizaciones a la agricultura por 15 días y uno se preguntaba qué carajo hacía allí, mientras en la casa había apagones y fogones apagados.
Pero también, ese es el Granma de murales divertidos donde recortaban fotos de rostros y te empastaban con cualquier otra cosa. El de hacer artesanía para regalar en un festival. El de atender y ayudar a sus enfermos y a las familias de sus internacionalistas. El de enviar cartas a la familia cuando un trabajador era destacado. El de las muy buenas y acaloradas reuniones en el teatro.
Ese Granma lo quise y quiero tremendamente. Salud en sus 56 años.
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