por; Enrique Milanés León
Para los libros impresos no hay antivirus. Uno debe escoger bien qué título nuevo lleva a casa, porque se puede topar con libros-trampa, textos de apariencia muy delgada, anoréxica casi, que tienen dentro de sí un universo inabarcable y adictivo que se derrama, cuajado de visiones y sugerencias, del formato físico que parecía encerrarlos.
Especie de trampa-hoyos que, en la lectura, nos hacen caer sin remedio. Son, para decirlo con los ejemplos más grandes que conozco, como El pequeño Príncipe, que lleva mucho de lo segundo, príncipe, ¡pero de pequeño… nada!, y Pedro Páramo, que en algo más de cien páginas, según la edición, nos sumerge en un laberinto de luces sin fin que no cesa de encandilarnos hasta el día en que hallamos, en Comala, nuestra propia tumba.